El Blog de Juan Cuevas: nadie bajo el sol

Tienda

Ya disponible en Amazon El Campeon

21 de septiembre de 2017

nadie bajo el sol


La ciudad amaneció limpia de gente, unos pocos vehículos oficiales terminaban de peinar la zona urbana para evitar que alguien quebrantara la ley solar.

Muchas ventanas a medio abrir dejaban ver algunos madrugadores que miraban a la calle con sus gafas protectoras, algunos vecinos se saludaban con una ligera inclinación de cabeza y eso era todo. Afuera reinaba el silencio y siendo apenas las seis de la mañana las habitaciones se sentían como un sauna.

Los más jóvenes prepararon carteles que mostraban a los vecinos tras las ventanas, unas pizarras de tiza líquida permitieron el envío de mensajes entre diversas ventanas, un nuevo sistema de chat que podría perfeccionarse si lograban sobrevivir.

Cerca de las ocho de la mañana en un hogar común todos vestían ropa interior y se concentraban en el baño. Muchos cortes de agua acompañaron el fenómeno y los más precavidos disponían de cubetas con el precioso líquido. Los más ingeniosos diseñaron sistemas de ventilación mecánica activada con una manivela y los más jóvenes usaban pedales para enfriar el ambiente lo más posible. 

Como es sabido los sistemas eléctricos eran inexistentes por lo que un vehículo oficial pasaba cada dos horas con un cartel gigante resistente a los rayos solares que notificaba a la población sobre la duración del toque de queda.

Pese a las advertencias de la comunidad científica la ciudad perdió a casi el 30% de sus habitantes, la mayoría ancianos y bebés que murieron sofocados. Eso es mucha gente para una ciudad con cinco millones de habitantes.

Los cuadros de deshidratación y vómitos se dieron en casi todas las casas. Para cuando se pudo retirar el toque de queda la ciudad era un horno nauseabundo de cadáveres y olor a vómito que no se disipó en varios días.

En las escuelas y colegios los maestros de ciencias retomaban las clases para explicar sobre las tormentas solares y los peligros de la sobreexposición a los rayos solares. 

Aún así, de esa generación nadie vivió más de cinco años, las secuelas de aquel día fueron así de graves. 

Lo gracioso es que la cura para el cáncer llegó justo un año después de que el último paciente dejara de existir.

MENSAJE DEL AUTOR:
Si te ha gustado este cuento, compártelo. También te invito a comprar por 0,99 centavos mi recopilatorio: Historias para no dormir

1 comentario:

Comente no más.