El Blog de Juan Cuevas: El libro de los presagios

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22 de septiembre de 2017

El libro de los presagios


Como profesor de arqueología del Instituto Smithsoniano debo viajar continuamente a varios países de Sudamérica. No para hacer investigación sino para dar conferencias en diversas universidades. Un par de días es todo lo que necesito para dar un par de charlas y subirme a otro avión, a veces parece que paso más tiempo volando que en tierra firme.
Esto me sucedió en una pequeña cafetería en Quito, Ecuador.

Era un verano especialmente caluroso en la mitad del mundo y decidí salir a dar un paseo por el parque La Carolina, nada extraordinario en un parque más allá de algunos jóvenes jugando al futbol y algunas parejas demostrándose demasiado amor en público.

Crucé la avenida Amazonas para buscar un bar donde refrescarme y di con esta pequeña cafetería. Mi siguiente charla sería hasta el día siguiente y sopesé la idea de beber más cervezas de lo necesario para matar el aburrimiento. Subí al segundo piso del café y encontré un bonito rincón con un librero que a todas luces nadie utilizaba y menos aún desempolvaban.

Miré algunos tomos de la típica colección de literatura universal pensando si valdría la pena robar alguno para repasar uno de esos antiguos textos que todos leemos en la época escolar. Pero me llamó la atención uno que no formaba parte de la colección.

Un antiguo y hermoso encuadernado de cuero que apenas mostraba el título: "El libro de los presagios".

No tenía autor y las primeras páginas eran una serie de signos irreconocibles. Aunque soy experto en varias lenguas muertas aquello parecía más bien los garabatos de un niño que pretende escribir en su propio lenguaje inventado.

Estuve a punto de devolver el libraco y pedir mi primera cerveza cuando la siguiente página se reveló como algo más legible.

"....Sonaron los pasos de la camarera Sofía quien enfundada en su ajustado jean atendería al cliente elegido. ¿En qué te puedo ayudar?....."

Justo en ese momento los pasos de una mujer se dejaron sentir en la atestada cafetería, una chica de buen ver se acercó hasta mi mesa y me dijo: "en que te puedo ayudar".

No pude evitar sonreír ante la coincidencia. Decidí darle una oportunidad al libro y solo pedí un expreso doble. Mientras se iba por el pedido no pude evitar ver sus hermosas curvas en un ajustado jean.

Interesante pero explicable. En Ecuador la frase de cajón para atender a un cliente siempre suele ser: "en qué te puedo ayudar", aunque no siempre se acostumbra tutear es una frase muy usada. Y los jeans ajustados, bueno. Todas las camareras del mundo saben que un buen jean ajustado logra mejores propinas.

Pero lo que pasó después es de plano: inverosímil.

Volví al libro y tras unas nueva serie de garabatos otro párrafo se reveló:

"Aquella pareja empezó a gritar más de lo normal y sin que nadie pudiera evitarlo la chica rompió una botella de vino y le cortó la garganta a su acompañante".

Seguí buscando nuevos párrafos legibles cuando unos gritos me sacaron de la lectura.

Y si, era lo que usted se está imaginando estimado lector. Una chica agredió a su acompañante con una botella de vino. Sólo escuché el estruendo de los vidrios rotos y cuando levanté la vista un hombre se sostenía la garganta sin poder evitar que chorros de sangre mezclados con vino escaparan de entre sus dedos.

Se armó un alboroto y nadie se atrevía a acercarse a la mujer, que con los ojos vidriosos y la botella aún en la mano amenazaba al resto de los contertulios.

La chica logró escapar del lugar antes de la llegada de la policía y en el alboroto perdí de vista el libro de los presagios. Me tocó pasar buena parte de la noche prestando declaración en la comisaría y aunque las ganas no me faltaban jamás le conté a las autoridades sobre el misterioso libro.

Al día siguiente pedí que me llevaran al café con la excusa de que se me había quedado mi sombrero, pero yo no uso sombrero y el decano de la universidad me advirtió en tono confidencial: 

-Será mejor no regresar en un tiempo, estimado profesor. Mataron a un alto ministro de estado en aquel café, seguro lo van a clausurar mientras dure la investigación. Dicen que fue su amante la que le cortó el cuello. Es mejor que aborde el siguiente avión a su país y ya le contaré lo que vaya saliendo.

Pero cómo, por amor a Dios podría yo explicar al decano o a cualquiera, que en esa olvidada cafetería de la mitad del mundo se esconde uno de los misterios más extraños de los que tenga yo conocimiento.

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