Dos con un bate

Encendió un cigarrillo y miró por la rejilla, un par de tipos esperaban tras la puerta, tenían bates de béisbol y cara de pocos amigos.

Alan pensó: ¿dónde tenía su arma?, luego recordó que la tenía empeñada.

Mal asunto para un antiguo jugador lesionado, que usa su tiempo con apuestas que no siempre salen bien.

Serían los chicos del gordo Jimmy, que venían a romperle las piernas por mil dólares de deudas. Pero no se irían limpios, si por algo recordaban a Alan en las revistas deportivas era por sus ganas de pelear hasta el final.

Los tipos golpearon la puerta nuevamente, después la derribarían y Alan no quería eso, además, era una buena puerta.

Alan caminó a la cocina y se armó con un par de sartenes algo abollados, no importaba, terminarían aun más abollados.

Un golpe directo contra uno de ellos le daría tiempo de vencer al otro. Todo sería rápido.

Y así fue como Alan, el viejo deportista recibió a los dos vecinos que venían a ofrecerle el puesto de entrenador de la liga de béisbol escolar