El Blog de Juan Cuevas: El Inutil

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10 de febrero de 2014

El Inutil

Llegó como era su costumbre cada tarde desde hace siete años. Desde el día en que su ex mujer lo echó a patadas por inepto, frente a sus pequeñas hijas.

El ya no pensaba en eso, pero su rostro impregnado de pena era una constante natural en su marchita fisonomía.

Nadie le consideraba más que un simple mandadero, algunos hasta dudaban que estuviera habilitado para ejercer legalmente y lo cierto es que sólo tenía talento para servir café a media tarde antes de que los abogados de verdad fuéramos a enfrentar la nieve, rumbo a los juzgados.

Ya había pasado la época en que me daba pena, a todos los nuevos siempre les daba un poco de pena, por su andar pausado, por su evidente mediocridad. Pero con el tiempo la pena se convertía en fastidio, sobre todo cuando cometías el fatal error de asignarle una tarea de mediana importancia y él inevitablemente hacia gala de una estupidez tan absoluta que te hacia sospechar de sus intensiones.

Luego venían las disculpas, y si la falta era demasiado grave: el llanto. Y nada era tan incómodo que ver llorar a un hombrecillo de poco mas de un metro y medio, regordete y pasados los 50. Nada podía ser mas humillante. Así que se le dejaba pasar y el hombrecillo volvía a ser invisible, insignificante.

Tu aprendías la lección y evitabas volver a encomendarle una tarea mas importante que una taza de café.

Mientras todos avanzábamos por la escalera corporativa el hombrecillo acumulaba años en el mismo puesto de última fila, sin hacer mayor cosa y recibiendo su escuálido salario que le daba justo para llegar a fin de mes o poco menos.

Siete años de ser un auténtico bulto en el despacho estaban al fin por terminar. De no haber sido porque el asunto de la extensión me tenia cogido de los huevos, quizá hasta me hubiera unido al festejo. Lo cierto es que el asunto de perder las comisiones era un golpe mucho más grave que tener a diez inútiles como él.

Pero se venía un año difícil y los socios de la firma debíamos decidir el máximo de los recortes. Mientras pensaba en la mejor forma de lograr una extensión del magistrado mi secretaria me llamó a la sesión de directorio, nada importante, solo votar sobre el despido de Ramiro y volver a los verdaderos problemas.

Dejé los documentos sobre la mesa y partí a la reunión. Quizá unos minutos con las anguilas asesinas me conseguirían el milagro.

Iniciamos la sesión, los temas de rutina y lo del despido. Me extrañó que el director de la firma se hiciera ciertos aspavientos en presentar el tema y al tomar los votos hasta me pareció que un par de socios dudaban de la decisión. Pero ya estuvo, por decisión mayoritaria el viejo Ramiro dejaría de existir. Que alivio, aùn tenía mejores cosas que resolver.

Comenté mi dilema a un par de mis mejores colegas, ambos expertos en estas lides, uno de ellos había dictado un seminario de estrategia y negociación en la célebre West Point, pero no supieron darme una salida.

Al entrar al despacho me recliné en mi sillón y respiré profundo.
Y como salgo de este hoyo, pensé mirando al techo.

Fue cuando sonó mi linea privada.

Era el juez con una extensión para mi caso, gestionada por el ineficiente Ramiro, antiguo compañero de universidad del magistrado de la causa, mientras el juez me aseguraba “los mejores éxitos para el protegido de mi buen amigo Ramiro”, pude ver por última vez su silueta cargando el cajón con sus pertenencias.