Esa sensación de haber estado antes en el mismo lugar, tenía que ver más con un aroma que no puedes definir pero si reconocer.
Otra
carretera y un restaurante como otro cualquiera, tarde para seguir
haciendo auto stop pero sin prisa por llegar a cualquier parte.
Su rostro avejentado por demasiados turnos de noche. Esas líneas en torno a los ojos o quizá fue algo en su mirada.
No puedo precisarlo, pudo ser sólo instintivo, animal.
Lo cierto es que una oleada de placer inundó mi abdomen, subió hasta mi pecho, luego bajó y explotó en mis pantalones.
Sus piernas cruzadas, ligeramente obscenas bajo el uniforme de mesera.
Podía
imaginarla sin calzón, sonriendo impunemente. Nadie lo sabría, que
trabaja sin calzón, ni siquiera el ocasional cliente que le acaricia el
culo con malicia, no tendría la sensibilidad en los dedos por culpa del
licor, no podría notar la tela barata en contacto directo con la piel.
Mucho
menos se atrevería a meterle mano por debajo, para llegar a la humedad,
rozando unos pelitos acostumbrados al oxígeno de un restaurant de
carretera, mezcla de humo de cigarros y olor a gasolina.
Nadie
notaría que se ausentó sólo un momento, lo que dura una canción de Juan
Gabriel en la rockola, tiempo suficiente para meternos en la bodega
donde se guardan las escobas, apenas tenía el espacio para subir sus
rodillas hasta el pecho y allí, reducida a la estrechez que albergaba un
trapeador me regaló el último instante de pasión, lo que dura una
canción.
Después
salió a repartir café con la entrepierna algo ensangrentada. Yo era uno
más que desangraba, solo otro más que terminaba deshuesado para el estofado de mañana.