El Blog de Juan Cuevas: Un monstruo en el Mall

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15 de abril de 2013

Un monstruo en el Mall


Cuando recuerdo está historia siento escalofríos, vuelvo a sentir el aliento nauseabundo del monstruo, su voz ronca de pastor evangélico contando como destrozaba a sus víctimas.

El monstruo paseaba por centros comerciales, lugar de reunión de jovencitas aspirantes a modelos, usaba su encanto natural para acercarse y charlar con ellas, no necesitaba hipnotizarlos cuando estaban en público y era fácil que una de ellas le termine acompañando a su departamento. El monstruo pedía un taxi hasta el lujoso edificio y sólo en sus dominios la chica de turno entraba en trance.

Bajo hipnosis las chicas elaboraban curiosas coreografías y después el monstruo les pedía usar disfraces, con música de fondo las chicas eran filmadas en vídeos pornográficos que el monstruo se encargaba de vender por internet.

Era uno de los modos de ganar dinero que utilizaba, aunque está claro que no lo hacia por dinero.

En pocos días las chicas se ponían famélicas por el hambre y la falta de sueño, algunas salían de la hipnosis y en un chispazo de lucidez tomaban sus teléfonos y llamaban a casa.

La noticia de un secuestro no hacia más que perturbar aún más a los angustiados padres que no atinaban a poner denuncias en la policía y esperar una llamada de los captores, reuniendo todo el efectivo posible para negociar la liberación.

Pero la llamada nunca llegaba, ya he comentado que no lo hacia por dinero.

El monstruo gustaba de los cuadros plásticos, dos o tres chicas desnudas acariciándose al compás de unos meneos que no tenían posibilidad de penetración, el monstruo no las violaba en el sentido corriente de la palabra.

"Demasiados rastros de ADN", decía.

Ya en el Mall las podía imaginar como protagonistas de sus oscuras performances, "están para eso", justificó.

Y ¿cómo argumentar en contra cuando la sociedad de consumo no hace más que darle la razón al monstruo?.

Durante un tiempo le seguí la pista, con la información que me confió no resultaba difícil, fueron semanas de sobornos a taxistas y paseos por el Mall. Los carteles pegados en postes y paredes con nuevas chicas desaparecidas no hacían más que confirmar que el monstruo continúa en funciones.

Pero no le volví a ver desde aquella noche en que compartimos una copa en el bar.