El Blog de Juan Cuevas: Paseo Perverso

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24 de abril de 2013

Paseo Perverso

Uno de los paseos perversos que recuerdo de mi juventud pertenece a mi época universitaria, fue uno de los estudiantes de postgrado el que nos recomendó el paquete al otro lado de la frontera: fin de semana todo incluido por menos de trescientos dólares por cabeza, grupo mínimo de ocho. Demasiado bueno para ser verdad, y como estábamos estresados con los exámenes finales decidimos probar el viaje de nuestras vidas.


Nos unimos a un grupo de cinco que tomaba el viaje por segunda vez, la incomodidad de tener que compartir el tour con cinco extraños de otra escuela no fue tanto como la posibilidad de saber de antemano lo que nos esperaba por un precio tan reducido. Subimos a bordo de una pequeña avioneta que a mi parecer no cumplía las especificaciones para más de seis ocupantes, viajamos más de tres horas y luego la aeronave empezó a perder altura, desde mi ventanilla casi podía tocar el océano, lo que hizo que mi angustia fuera peor, me había pasado el vuelo entero devolviendo el desayuno y no pude ni pensar en platicar con nadie. De pronto la puerta de la avioneta se abrió y un viento helado inundó el ambiente, sentí un cierto alivio por eso, aunque mis ojos se salieron de sus órbitas al ver al capitán al filo del precipicio y el resto de los ocupantes tomando sus morrales y saltando uno detrás de otro al vacío.
La imagen era tan surreal que pensé que estaba soñando, hasta que me llegó el turno de saltar y una mano invisible me arrojó fuera.
No pude verlo directamente pero estábamos a solo cinco metros del bote inflable que nos esperaba cerca de la costa, caí como un saco de papas sobre los últimos en saltar y todo fue risas hasta llegar a la playa. Un par de nativos dirigían la nave y fueron los primeros en bajar sosteniendo una soga a cada lado del bote. También Jhonny se bajó y desde atrás empujó el bote con sus doscientas cincuenta libras de estiércol. Jhonny era defensa suplente de su universidad y tenía ofertas para jugar en tres estados. Debo admitir que en la avioneta no me pareció buena idea tenerlo de compañero de grupo, pero empujando el bote era magnifico.
El resto de nosotros bajamos a mojarnos un poco los pies y arrastramos el bote hasta las primeras palmeras, no me detuve a pensar si estábamos en México o en algún país de Centroamérica, pero el calor y la humedad eran muy elevados. Los nativos ataron el bote a la palmera y con señas nos pidieron que los siguiéramos. Mis dos amigos Tom y Barry no daban más de la emoción y me hubieran besado por tener la idea de venir a este viaje de no ser por la presencia de los otros cinco, de hecho también mi olor a vómito los contuvo.
Según las instrucciones que nos dieron llevamos un pequeño morral con dos mudas de ropa, una botella de agua, caja de fósforos, un paquete de maní salado, y una navaja. Nada más y nada menos, antes de salir el piloto de la avioneta nos revisó el equipaje y eliminó todo lo que no estuviera dentro de la lista. Los documentos de cualquier tipo estaban prohibidos.
Caminamos hasta el mediodía bajo ese calor asfixiante abriéndonos camino entre la espesa selva tropical, era como estar en un baño turco lo extraño, es que a nadie parecía preocuparle que no estuviéramos en el desierto mexicano. Al mediodía llegamos a un sendero de tierra y cinco o seis kilómetros más adelante tuvimos una vieja camioneta con la parte de atrás cerrada como camioneta de banco para transportar dinero. Un hombre muy quemado por el sol nos dio la bienvenida en perfecto inglés.
- Saludos viajeros, han completado la primera etapa con éxito, si piensan que la idea de saltar de un avión fue divertida no saben lo que les espera, hay sanduches y bebidas en la camioneta, almuercen mientras llegamos al pueblo.
Todos subimos al contenedor de la camioneta que era todo de metal y aunque fuera imposible hacía aún más calor adentro que afuera, un cooler con siete botellas de agua helada y siete sanduches nos esperaban. No nos detuvimos a contarlos así que Ernest se quedó sin sanduche y yo no tuve agua, decidimos compartir las raciones después que Jhonny se pelara las manos golpeando el lado de la cabina para pedir la ración faltante. Valentina le recordó que en el viaje las reglas no se discutían y mas que un error eso formaba parte del juego. Valentina era chilena, la única latina del grupo que repetía el viaje por motivos políticos según creí entender, la verdad es que no hablaba muy bien el inglés pero se manejaba con la autoridad de quien no teme lo que se viene.
Mientras Jhonny agotaba su botella de agua en remojarse los pies pudimos charlar un poco sobre lo que se vendría. Nunca se sabe, nos confesó Valentina, siempre cambian el itinerario y las rutas, las reglas las planifican para cada grupo. Lo único concreto es que nos darán lo que pedimos: un viaje lleno de aventuras donde el objetivo es mantenerse vivo. No pude evitar sentir un estremecimiento en la espalda.
Los sanduches tenían los tomates y la lechuga podridos y casi todos los tiramos al suelo, viajamos toda la tarde y al oscurecer llegamos a lo que más que un pueblo parecía un campamento. Muchos negros poblaban el lugar, esto no puede ser México, pensé. Nos llevaron a una carpa de circo donde lo único que había era una mesa bien dispuesta con licor, tomamos una silla y bebimos cerveza bien helada aquello parecía la gloria, luego llegó un grupo de músicos, ritmos tropicales dirigidos por un acordeón y muchas mulatas que nos invitaron a bailar. Traté de aclarar mis ideas en medio del calor y el sopor del licor, no había manera de calcular cuantas horas viajamos por aire y por tierra, nos confiscaron los relojes en el pequeño aeródromo del que salimos en Florida, no podía ser Cuba, ¿o sí? Nadie parecía preocupado por eso y decidí dejar mis temores de lado y unirme a la fiesta, después de todo este era un paseo.
Ya muy avanzada la noche la mayoría de nosotros estábamos bastante ebrios, el calor, la poca comida y el licor habían hecho su trabajo. Fue cuando la música se apagó y el hombre de la camioneta entró a la carpa de circo y anunció el primer juego.
- Los planes para cruzar la frontera aún se están organizando, así que les preparamos un primer concurso, entiendo que algunos de ustedes ya lo han jugado: la carrera de frascos.
Cinco de nosotros aullaron del gusto y se prepararon para el juego, Tom, Barry y yo no entendimos nada.
La carrera de frascos se hace con enormes tarros de cemento de contacto, un adhesivo para pegar zapatos, desde una pendiente se lanza el contenido de un camión de esos tarros pintados de 8 colores distintos, el juego consiste en salir tras los cientos de tarros y detener uno del color que te haya tocado, luego hay que abrir el tarro y sacar una llave del interior, la velocidad que adquieren esos enormes tarros y el estado de los otros concursantes hacen del juego algo bastante peligroso. Pero el intento bien valía la pena, los primeros tres en lograrlo podrían comer al día siguiente.
Me sentí parte de un Reality Show de tv pero nadie filmaría jamás todo eso.
Lanzaron los tarros por la pendiente y dieron la señal de partida, todos corrimos tras los tarros, a mi me tocó el verde y mientras corría tras ellos pude ver como varios frascos se abrían en el camino y dejaban salir el adhesivo, pronto tuve pegamento hasta en las rodillas y recibí muchos cortes en los brazos por los frascos, logré llegar a uno de los frascos verdes casi al final de la pendiente, un frasco abierto hundí las manos en busca de la diminuta llave, el mareo hacía todo mas difícil, de pronto las alucinaciones producidas por el cemento de contacto hicieron presa de mi, vi todo tipo de animales que trataban de arrebatarme la llave, luego nació de la tierra un pequeño brote de lechuga que crecía sin cesar y alcanzaba la altura de mi cabeza y mas allá, una mujer completamente desnuda y de piel azul salió de dentro de esa lechuga. Hoy se que fue una alucinación pero lo que me dijo y lo que hicimos esa noche no se compara a otra experiencia real que haya tenido.
Se acercó hacia mí y me susurró al oído: "toda lechuga es una rosa". No entendí esa revelación sino hasta el final del paseo perverso, pero esa noche hice el amor con la mujer azul hasta perder la conciencia.
Al día siguiente los ocho viajeros no eran más que soldaditos de juguete abandonados en estiércol. La cantidad de pegamento en nuestros cabellos y ropa era abrumador, al menos los vapores tóxicos que nos causaron las alucinaciones se habían evaporado, nos dieron algo de disolvente para limpiarnos pero la mayoría tuvimos que cortarnos el cabello al máximo con nuestras navajas. Luego de eso pudimos cambiarnos y bañarnos en el rio y el hombre de la camioneta anunció a los ganadores, increíblemente Jhonny pasó la prueba, también la Vale y yo.
Fuimos a cobrar nuestros premios: tres escuálidos desayunos, sólo café negro y pan duro con una especie de mermelada, que comimos a todo vapor. Luego de vuelta a la camioneta que parece horno durante lo que nos pareció un viaje de todo el día, solo en la tarde la camioneta se detuvo y nos lanzaron por una ventanilla algo de fruta semi podrida y solo cinco botellas de agua bien fría. Aunque hicimos la repartición lo más justa posible las peleas por el agua fueron inevitables. Pero lo peor era el olor a desechos humanos, cuando fue evidente que no se detendrían por urgentes que fueran nuestras necesidades decidimos usar un rincón del vehículo para evacuar, aún no teníamos dos días en este viaje pero ya nos estábamos convirtiendo en animales.
Por la noche paramos y nos tuvieron que ayudar a bajar, el calor nos tenía muertos de cansados y lo pero recién se venía. El hombre de la camioneta nos entregó una bolsa de maní a cada uno y una botella de agua.
-Estamos a solo 30 kilómetros de la frontera con Estados Unidos, pero es un desierto muy peligroso, sobre todo en la noche. Deben caminar sin pausas en esa dirección, traten de cruzar el muro antes de que amanezca y eviten a las patrullas fronterizas. Este es el último juego y se juegan la vida en ello.
Finalmente lo teníamos ante nosotros, el trayecto final. Todas las jornadas estaban diseñadas para minar nuestro espíritu y perder la esperanza, mal alimentados y sin equipo, pero sobre todo sin documentos. Nos habíamos convertido en migrantes ilegales al otro lado de la frontera, la única salida era cruzar como cualquier espalda mojada. La arenga de hace dos noches en nuestras confortables habitaciones del College no tenían ningún sentido ahora. Somos jóvenes americanos y podemos afrontar cualquier reto, imagínense si no vamos a poder cruzar la frontera a pie. Miles de latinos lo hacen cada año. No tiene misterio.
Iniciamos la larga marcha de regreso a nuestro país, el riesgo era el mismo que el de cualquiera que se atreva a cruzar la frontera, animales salvajes introducidos en la zona para eliminar a los aventureros, patrullas fronterizas que disparan a matar, según las cifras oficiales al menos mil bajas civiles, según otros es diez veces más alta.
El frío del desierto en la noche cala los huesos y agarrota las articulaciones, empezamos a comer nuestro maní, fuente de calorías para aguantar el viaje cuando los primeros disparos sonaron en la noche. Lo peor de todo es tratar de alcanzar la meta antes del amanecer y no perderse, sin un punto de referencia sería muy fácil perdernos ¿cómo caminar en línea recta en medio de la oscuridad?, ojalá tuviéramos el conocimiento de los primitivos, que se guían según las estrellas, para nosotros forman un conjunto caótico, decidimos caminar hacia adelante con la idea de que si no giramos podemos llegar.
La pérdida de la noción del tiempo y las distancias nos impedían saber dónde estábamos o cuánto nos faltaba para llegar, al principio tratamos de animar la marcha con chistes, pero estaba claro que resulta demasiado peligroso hacer ruido, formamos dos hileras de cuatro y caminamos sin descanso, mirando lo rápido que se movía la luna y lo poco que avanzábamos.
Ocasionalmente alguien de la primera línea prendía un fósforo como para orientarse sobre un montículo o un precipicio, por fortuna el desierto es bastante plano y las pocas colinas de arena son duras como la roca, el dolor de los pies era insoportable y después de mucho andar decidimos tomar un ligero descanso, según los cálculos de Bill podíamos tomarnos unos minutos ya que la frontera estaba muy cerca, lo que él no sabía es que nuestra línea recta estaba lejos de conducirnos a la meta. Por precaución colocamos las mochilas en la misma dirección que llevábamos, me saqué las botas y a pesar del frio me latían y estaban calientes, las medias estaban pegadas a la planta de mi pie izquierdo, la luz de un fósforo confirmó mis sospechas, era sangre lo que mantenía mi pie unido a la media, lo limpié con agua y Val me vendó con un trozo de tela. Decidí dar muestra de fortaleza ya que el resto de mis compañeros de viaje me miraban con molestia, desde los vómitos del avión que era compañía poco grata y sentí que no tendrían problemas en dejarme si flaqueaba más de la cuenta. Así que a pesar del dolor seguí caminando, hasta que la luz de un nuevo día nos recibió aún en medio del desierto mexicano.
Al menos las horas de la mañana no resultan tan asfixiantes y se agradece el calor después de una noche fría, hasta pude hacerme con un trozo de rama reseca que usé como bastón, el nuevo problema es que ahora éramos visibles para la patrulla fronteriza, que podía alcanzarnos con sus armas a más de quinientos metros de distancia.
No existe manera cierta de saber si nuestra ruta era la adecuada, pero dada la posición del sol sabíamos que nuestra dirección era más o menos la precisa, nuestros rostros agotados lo único que proyectaban era lástima, menos mal que no habían mas migrantes a esa hora. Seguimos caminando para aprovechar la mañana relativamente fresca cuando el gordo Jhonny dio un grito y cayó al suelo, una serpiente lo había mordido. lo único que pudimos hacer fue espantar al bicho y poner a Jonny lo más cómodo posible. Muchas discusiones se dieron a pesar del cansancio y por mucho que quisiéramos ayudarlo no había manera, teníamos que dejarlo atrás y tratar de salvarnos, con su peso sería imposible arrastrarlo, además no había manera de improvisar una camilla, aún ahora, diez años después puedo escuchar sus gritos pidiendo que por favor no le dejásemos.
Nadie dijo nada más después de dejar a Jhonny, quizá por eso el disparo que alcanzó a Bill fue tan estruendoso, cayó en el suelo justo al lado mío, luego todos nos dispersamos como conejos, pero no había muchos lugares donde correr, es increíble lo rápido que puedes correr a pesar del agotamiento cuando te están disparando, una fuerza sobrehumana te obliga a luchar por tu vida y corres con todas tus fuerzas.
El saber que esos disparos estaban tan cerca nos dio algo de alivio de todas formas, significaba que estábamos a solo metros de alcanzar la frontera y aunque a pesar de no portar documentos podríamos certificar nuestra nacionalidad si nos tocaban policías de patrulla algo decentes, aunque los consejos fueron muy directos: no estaríamos seguros hasta cruzar el estado de Arizona.
Seguimos corriendo a pesar del dolor y pronto llegamos a un riachuelo seco por el verano, un límite fronterizo podía distinguirse a nuestra derecha, el sol estaba justo sobre nuestras cabezas y calentaba como el infierno, del puesto fronterizo pude distinguir que una mancha negra se aproximaba, pude intuir que se trataba de un vehículo armado de tipos listos para asesinarnos en nuestro propio territorio, así que seguimos corriendo, una vez que crucé la frontera el peligro seguía siendo el mismo, pude ver a varios hombres, mujeres y niños tratado de alcanzar la otra orilla, no sé de donde habían salido pero allí estaban, quizá por eso seguí corriendo con todas mis fuerzas mientras las balas silbaban a mi alrededor, mientras muchos más caían sin lograr el objetivo.
Sentí que había corrido una semana cuando llegué a las plantaciones, ya no tenía mochila y mis zapatos de explorador estaban deshechos, mi camisa rota me daba aspecto de desertor de guerra, pero ya estaba en algo cercano a la civilización, encontré un riachuelo donde pensé en ahogarme y morir.
Pero estaba vivo y aunque no sabía nada de mis compañeros de viaje sentí que todos estaban bien, bueno al menos todos menos dos. Unos campesinos me encontraron, alimentaron y escondieron durante tres días hasta que pude recuperarme, perdí dos dedos de mi pie izquierdo a pesar de los cuidados de esa buena gente que me regaló ropa limpia y algo de dinero para llegar a casa.
Era jueves a media mañana cuando al fin toqué la puerta de mis padres, me abrió Rosita, la sirvienta a la que se le llenaron los ojos de lágrimas al verme llegar, en su tierno abrazo pude entender lo que la dama azul me había dicho días atrás: toda lechuga es una rosa, del mismo modo en que todo ser humano es importante.