Desayunó sus huevos con tocino como en cualquier día de fiesta, doble café con leche para eliminar la modorra matutina y salió al nuevo centro comercial, ese que tiene los cines en el último piso.
En la azotea del edificio mas alto de la ciudad pudo experimentar el mareo que desde hace años lo seducía, el peligro de caer en el abismo que te atrae con su inevitable fuerza de atracción. Sintió pánico, un verdadero terror de morir en un instante y quedó petrificado, no se pudo contener, tenía que entregarse al abismo con un leve y fatal impulso.
Alguien le llamó por su nombre. Era un conocido pero no un amigo.
-¿Vienes al cine?, estoy con unas amigas podemos entrar todos juntos.
El frío del sudor en la camisa le devolvió a la vida, se acercó al juvenil grupo y pasó por el ritual de presentación social.
-Me presentaré como diseñador de sitios Web- pensó, es lo más decente.
-Margarita, te presento a un buen amigo, es escritor.
Un mareo intenso lo inundó al verla,
y ya no pudo esperar
decidió lanzarse al abismo de aquella
que lo magnetizaba con su sonrisa.