El Blog de Juan Cuevas: Flores de cementerio

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3 de marzo de 2014

Flores de cementerio

Martín era el listillo del pueblo, buena dentadura y mejores palabras, siempre con una sonrisa de vendedor de autos usados, siempre con una lisonja de político en campaña. “Quien no te conozca que te compre, Martín” solía decirle Don Augusto, el tendero del pueblo que de charlatanes sabía bastante porque vivió largos años en la capital.

Martín tenía varias novias, eso lo sabía todo el pueblo, siempre fue un tipo agraciado en lo del género femenino y las pocas que aún no habían caído en sus redes podía decirse que estaban a la espera. Por eso fue tan extraño cuando llegó la Blanquita, con su aire ausente y despistado, un poco remolón pero coqueto.



Esa muchacha era lo mas atractivo que se había visto por aquí, si hasta venían del pueblo vecino para pasar por fuera de su casa a la hora en que ella salía a recoger la ropa del tendedero. Pero a nadie le hizo caso. Por más esfuerzos que hizo Martín por invitarla a dar un paseo por la plaza ella no se daba por enterada, era como si no escuchara.

Todos nos sentimos un poco ofendidos, no podía rechazar al galan del pueblo, eso no es amable para una chica que recién llega al pueblo.

Blanquita no llegó sola, esa es la verdad, una anciana vino con ella, aún más huraña y bastante desagradable, si me permiten decirlo. Tenía mal carácter e insultaba a los niños que en la calle la seguían a prudente distancia, usaba un idioma extranjero para escupir las palabrotas pero nadie sabe de que idioma se trataba.

Como eran tan reservadas y al no tener una historia real no tardaron en circular por el pueblo todo tipo de historias inventadas. Hay quien dice que eran madre e hija y que venían arrancando de la guerra, pero ¿cuál guerra?. Preguntaban en el bar. Eso no importa, siempre hay una guerra en alguna parte del mundo.

Contestaba otro.

No faltó el que dedujo que eran gitanas, pero poco se sabe de las gitanas, nunca han venido a este pueblo y la Blanquita no parece gitana. Total que los comentarios no se detenían.

Martín tampoco se dió por vencido, decidió atacar con toda la artillería las defenzas de aquella indiferencia. Tomó su guitarra y fue todas las noches a llevarle serenata.

A las diez en punto, llegaba Martín a iniciar un concierto de dos horas a las puertas de la casa donde vivían estas dos mujeres, sin que jamás se encendiera ni una luz en su interior. Como si no hubiera nadie en casa por las noches. Y no es que Martín cantara feo, era tan bueno que no tardaron los vecinos del pueblo en ir a las serenatas, porque era tal el esmero que el muchacho ponía que cada noche tenía canciones nuevas, algunas incluso eran inventadas por el. Varias veces el público en la calle le pedía que repitiera algunos temas y Martín como para no desentonar complacía a la gente.

Pero la chica no salía.

Después de cinco semanas de serenata, todos pensamos que la cosa no tenía arreglo. Eran pocos los que esperaban el concierto, las botellas de vino para amenizar el evento y paliar el frío fueron cada vez menos.

Por eso la noche en que ella salió de la casa fue tan sorpresivo. Llevaba un pijama de seda blanco que parecía brillar bajo la luna llena, llegó hasta el portón y le dijo algo a Martín que solo el pudo escuchar, luego volvió hasta su casa.

Cuenta la leyenda que Blanca le pidió flores frescas, pero estábamos en invierno y resultaba imposible conseguir una sola flor en todo el pueblo.

Casimiro jura que vio a Martin entrar al cementerio a robar las flores del entierro que hubo aquella tarde. Es verdad que Casimiro es el borrachin del pueblo y nadie le cree los embustes, pero sería una forma de explicar que Martín amaneciera muerto en la plaza principal, con unos pétalos aún apretados en sus helados dedos.