Los cuatro se reunieron tarde en el bar, justo cuando los malos inician su trabajo: después de las dos de la madrugada.
Desplegaron
el mapa de la casa y repasaron el plan, la vieja camioneta Chevrolet
esperaría en la plazoleta, Ramón sería conductor porque era el único con
auto, le fallaba un poco la vista pero no lo comentó al resto de la
banda.
El viejo Willy, un negro de 1,90 mts era el líder de la
banda y además el único con formación militar, se dice que fue miliciano
en la guerra, nadie conocía ni su edad ni su origen y por su forma de
hablar podía pasar por un gringo que aprendió español en centroamérica.
Siempre usaba la camisa cerrada con un solo botón a la altura del
ombligo, en parte para disimular un prominente abdomen y en parte para
mostrar sus enormes pectorales de cazador. El viejo sombrero de paja era
otro elemento que jamás le faltaba, ni cuando nadaba en el río, ni
cuando se atendía en algún prostibulo de la comarca.
Dicen que se acostaba con la maestra del pueblo pero esto último es falso.
De
no ser por la enorme cicatriz que cruza su rostro, la cual nace sobre
su ceja derecha y baja hasta mas allá del pómulo, podría tener el
tranquilo aspecto de un campesino. Solo Dios sabe como salvó el ojo de
aquel machetazo que le propinó el Guajiro, pero esa es otra historia.
Panchito
Jimenez es diestro con el revolver, de su aspecto enfermizo no podía
deducirse al asesino que en verdad es, mientras el plan era repasado
mostraba los dientes chuecos en una falsa sonrisa, sus ojos vidriosos
daban la impresión de que estaba siempre alcoholizado pero Panchito
jamás ha probado licor, de pequeño oyó decir que el trago afecta el
pulso y no quizo perder el don.
Tan flaco es Panchito que no
falta el atacante poco informado que terminaba comiendo plomo por
suponer que se encuentra frente a un esmirriado oponente. Nada mas
apartado de la verdad, Panchito goza de notable salud y una fuerza
prodigiosa de la que casi nunca hace gala porque como ya dije es muy
diestro con el revolver.
Luego estaba Martita, la sirvienta de la
casa. En realidad era novia del viejo Willy, cuando no trabaja en el
prostíbulo de Doña Clara, al que ocasionalmente tiene que volver cuando
al Willy se le acababa la suerte y el dinero, apenas tiene veinte años y
desde los doce hace la calle, se enamoró del negro desde que éste mató a
mano limpia a su anterior proxeneta, el chueco Mendez, de eso hace ya
cinco años.
Martita acumula mucha calle en ese rostro angelical;
la gente se fija poco en su cara ya que el gran atractivo reside mas
abajo, en los hermosos pechos, blancos como la leche, siempre
generosamente expuestos en amplios escotes, siempre apretaditos como
fruta madura a punto de estallar. Por lo demás es menudita, cuerpo de
adolescente.
Su misión es la más delicada ya que debió entrar a
la casa como sirvienta un par de semanas antes del golpe, dar detalle
exacto de la disposición de las habitaciones y costumbres y además
obtener copia del la llave del portón principal. El negro le consiguió
documentos falsos y una historia creible. A pesar de la gran
planificación la joven era la única que parecía nerviosa en el bar.
A
las cuatro de la mañana comienza el frío más intenso y a esa hora una
vieja Chevy sin luces se detuvo a unos metros de la plazoleta del
pueblo. Solo dos hombres bajaron de ella y el chofer esperó con el motor
en marcha. A dos cuadras de alli una menuda figura en la oscuridad
abría la puerta principal mientras los perros narcotizados seguían
dormidos igual que sus amos.
Apenas sus socios cruzaron el portal
principal Martita salió corriendo en dirección al Chevy, el ruido de
sus tacones en la soledad de la noche fue uno de los detalles con los
que el viejo Willy jamás contó.
Ruido que fue suficiente para despertar al párroco de la iglesia quien de inmediato llamó a la policía.
Solo
siete minutos y dos autopatrullas inundaban la noche con sus sirenas,
el capitan Lopez aprendió en la Academia que las luces y las sirenas de
las patrullas eran suficientes para espantar a los delincuentes de
pueblo y evitar asi mas de un enfrentamiento.
Solo uno de los
costales con dinero alcanzó a llegar al Chevy, Ramón y Martita eran los
únicos ocupantes de la camioneta, en ese momento Panchito regresaba a la
casa a buscar los otros costales y pudo ocultarse en los arbustos de la
plaza, pero el viejo Willy fue descubierto saliendo con un costal en
cada mano, no le dieron tiempo de tomar su revolver, las luces de las
patrullas deslumbraron sus ojos y luego de 39 impactos de bala el viejo
Willy perdió la vida en la entrada de la casa que acababa de robar.
Al
escuchar los disparos Ramón movió la camioneta con pasmosa sangre fría,
lentamente y sin llamar la atención lograron escapar. Martita gritaba
insistiendo en volver por los compinches, no sabía que eso además de
imprudente era totalmente inútil.
La mañana siguiente el viejo
Chevy amaneció en el fondo del lago, las huellas de los neumáticos
fueron borradas de la tierra húmeda y tanto Ramón como Martita se
refugiaron en la cabaña que tenían preparada para después del golpe.
Panchito
Jimenez llegó casi al mediodia con la misma expresión enfermiza en el
rostro y sin haber disparado un solo tiro. Lo primero que hizo al llegar
fue abofetear a Martita por su torpeza al usar zapatos de tacón. Luego
explicó la triste suerte del viejo Willy y también como logró escapar de
la policía.
La situación era desesperada para la banda, no
consiguieron el botin completo, se quedaron sin su lider y además tenían
a la policía movilizada tras ellos. No es cosa fácil robarle al alcalde
del pueblo el dinero necesario para comprar los votos de la reelección y
menos sin una cabeza fría como la del negro que ya no estaba para dar
las nuevas instrucciones.
Luego de llorar un buen rato Martita
preparó el almuerzo para todos y sirvió cerveza, una vez más se quedaba
sola en el mundo. Mientras Ramón salió a fumarse un cigarrillo ella
ofreció su generoso escote al rostro de Panchito Jimenez.