12 de abril de 2013
Menos de 100
Ropa deportiva, zapatillas blancas a la moda y un ajustado pero cómodo pantalón blanco. Arriba una polera manga corta Adidas de color café que se ajusta a su piel tostada por el sol. Pelo corto de castaño claro natural, atado con un sencillo moño negro.
Cierta predilección por el blanco denotaba al sonar su teléfono de marfil.
Su piel blanca de rasgos nórdicos, alta y delgada, de porte distinguido. Maneja un negocio de modas (¿antigua modelo? O quizá una reina de belleza). La música era simplemente perfecta, la versión blusera de Personal Jesús de Depeche Mode.
Sus ojos intensos me atacaron apenas subió. Que deliciosa es, pensé apenas la vi. Se turbó momentáneamente por el cruce de miradas, así que recuperó la compostura y tomó ubicación en su asiento de una sola fila, justo al lado mío. Miré por el panorámico ventanal y mis ojos contemplaron el amplio cielo, absolutamente agradecido.
Decidí planear con calma mi estrategia, justo anoche y para no morir de aburrimiento hice una lista mental de las mujeres que me he llevado a la cama. Es un gran ejercicio de memoria emocional que además, por lo menos en mi caso tiene la virtud de elevarme el ego. Mas de 50 pude recordar, 57 para ser exactos. 57 hermosas mujeres, bueno admitámoslo no todas eran hermosas pero fueron en su momento una deliciosa experiencia de seducción.
Solo un breve pasillo nos separaba, desde el cual una conversación en tono normal se hacía perfectamente posible, el enorme reloj del terminal marcaba las 4:24, en un viaje de 17 horas, noche incluida, la ocasión se presentaba perfecta. En ese análisis de situación me encontraba cuando una voz delicada llamó mi atención.
- Disculpa, me dijo y no pude dejar de estudiar su boca pequeña, de labios finos cuyas comisuras no estaban rodeadas de pequeñas arrugas como podría esperarse en una mujer de su edad.
- A ti te molestaría intercambiar de lugares, es que me gustaría usar el espacio libre para poner mis cosas.
A medida que las palabras fluían de sus labios mi cuerpo saltó desde mi puesto como un autómata, mi sonrisa condescendiente fue mi única manera de decirle: maldita perra¡, me acabas de lanzar un golpe corto y he reaccionado como los novatos.
Es para poder escribir con comodidad, explicó mientras acomodaba sus cosas y yo me movía para el otro lado.
Para escribir yo utilizo la bandeja, alcancé a alegar. Pero el golpe ya estaba asestado.
Bueno, se acaba de imponer la experiencia, pensé resignándome con filosofía. Primera escaramuza, pero aún queda tiempo.
Ella tomó posición en uno de los dos lugares que antes estaban a mi disposición, obviamente usó el asiento más alejado del mío.
El autobús con destino a Tumbes con una parada en el hermoso balneario de Máncora tomó posición de salida y lentamente se internó en el tráfico limeño, desde nuestro segundo piso de autobús ambos teníamos una posición privilegiada para ver una ciudad en pleno desarrollo, nuestros asientos en primera fila además ofrecían suficiente espacio para dar un par de pasos, no es difícil hacer el amor en estos asientos, recuerdo que calculé mientras probaba los auténticos 180 grados que me ofreció la menuda recepcionista de lentes de contacto verdes que me vendió los boletos en Tacna para travesar el país. Morena y de ojos verdes me encantaba esa combinación, aunque fuera forzada con la cosmética, con un poco más de tiempo seguro que me la conquistaba.
Mientras mi bella acompañante organizaba unos documentos en el que fuera mi lugar aproveché de echar un vistazo a las filas de atrás, muy pocas estaban ocupadas era lógico, estamos en temporada baja justo después del feriado de carnaval y antes de semana santa, no pude evitar mirarla y pensar si ella respetaba la cuaresma.
Enfilando hacia el norte el autobús tomó una intersección bordeando un enorme cerro, al costado del puente Huanuco, un cerro del cual cuelgan infinidad de casuchas, muchas de ellas en peligrosa ubicación y todas pintadas de alegres colores. Desde las favelas de Brasil a los alcaldes de Sudamérica les ha dado por darle color a la pobreza, será para desdramatizar la miseria. Y luego dicen que los políticos no hacen arte kitsh.
En el primer piso la azafata del autobús de lujo con destino a Tumbes con parada en el hermoso balneario de Máncora terminaba de dar las instrucciones de viaje por el intercom y cientos de amargos recuerdos cruzan por su mente al ver esas casitas, recuerdos de una infancia difícil pero mitigada por la alegría de vivir que toda niña posee recuerdos de la madre ausente, bien pensado que recuerdos puedes tener de una madre ausente, recuerdos de un padre que golpea la inocencia, yo si logré dejar el barrio, pendejo . La azafata tomó aire y con gesto resuelto subió a ofrecer las mantas y almohadas.
La primera película de la tarde estaba por empezar cuando su teléfono empezó a sonar. ¿ era el marido? ¿O el amante? Me gustó pensar que no estaba casada, no por moralina sino porque una mujer como ella no necesita marido.
Se pidió una almohada extra mientras contestaba el teléfono y tomaba notas al mismo tiempo.
El del teléfono solo era el proveedor de Sodimac, la megaferretería que vendió por error dos de las tres puertas que acababa de comprar.
Mientras Bruce Willis se ocupaba de una nueva misión en África y al mando de un comando de fuerzas especiales la bella señora iniciaba su propio combate con la multinacional. Yo decidí echarme una siesta.
El sol caía sobre el Océano Pacífico del lado de la ventana de la mujer objeto de mi deseo, fue cuando pude ver el tesoro perdido de los incas, había oro en todo el ambiente, en sus cabellos, en los rayos del sol, en el desierto inmenso y sensual como mujer dorada al sol. Qué hermoso despertar, su silueta entroncando al sol, su nariz altiva eclipsando al astro que moría en el mar, tenía que ser mía.
Pareció escuchar mis pensamientos o quizá sintió el acoso de mi mirada. Volteó hacia mi entre sorprendida y ausente. Continué mirándola sin perturbarme estudiando su figura, sobre todo su rostro. Tomé nota del pretel de su sostén color piel que caía con descuido mas allá de la manga corta. Se levantó de su asiento y bajó al baño, llevando su cartera-bolso como las que se usan para ir al gimnasio con elegancia, lo suficientemente amplio como para meter sus efectos personales y los documentos y revistas de moda propios de su actividad.
Pude imaginarla en el baño, dando rienda suelta al deseo contenido, tal vez fue el movimiento del autobús, quizá la pelea con el dependiente de Sodimac o mejor aún, mi humilde presencia en aquel lugar tan propicio y tan público a la vez. Lo cierto es que sus largos dedos se cobijaron en su entrepierna, bajo el calzón de color piel, rozando apenas su humedad. En el estrecho cubículo del baño de autobús con una mano sosteniendo la puerta con pestillo, firmemente apoyada contra la pared que da a la cabina del chofer, cerró los ojos y se sintió invadida por el placer, imaginando las jóvenes manos de su compañero de viaje internándose en su intimidad. Estuvo a punto de gemir, pero ahogó el grito de inmediato, suspiró con fuerza y recuperando la compostura se miró al espejo del baño. ¡Eres una puta!, la afirmación retumbó en sus oídos y se hizo más fuerte al apretar los ojos con fuerza, las voces del pasado son más fuertes con los años. Trató de lavarse las manos y comprobó con fastidio que no había agua. Miró su rostro sin maquillaje, las arrugas del cuello eran lo que más le incomodaba.
Siempre he tenido gran talento para oler a las mujeres, su discreta intimidad parece volar hasta mi nariz como el canto de sirenas que atrae barcos al naufragio. Descubrí este talento hace años, también en un viaje pero con una amiga con la que cruzamos los límites en el hotel. La número 22 en la lista si no me equivoco. El hecho es que decidí comprobar si mi bella dama estaría o no excitada, por lo que puse mis sentidos en alerta, debía esperar el momento exacto en que cruzase por mi asiento para tratar de capturar su esencia femenina, no es que necesitara estar tan cerca para notar ese aroma embrujador que emiten, pero en esta ocasión necesitaba estar seguro.
Grande fue mi sorpresa al escuchar la puerta del baño abrirse, del primer piso una enorme ráfaga de aroma vaginal inundó todo el bus, seguro que nadie lo notó pero para mi estaba claro, ella me pertenecía esa noche.
Por eso casi desfallezco al verla subir y tomar posesión del asiento más próximo, sólo el pasillo nos separaba, era la ocasión perfecta para iniciar nuestra charla y convencerla para sentarme a su lado. Casi oscurecía, por lo que mis movimientos debían ser hábiles y rápidos, antes de que la oscuridad total la llene de inseguridades.
Veo que no piensas devolverme el asiento, le dije acercándome a su oído. Ella hizo como que no escuchó y ladeó su cabeza hacia mí. Repetí la frase y me miró algo confundida, sólo atinó a preguntar: ¿Quieres que me cambies?, mientras hacía además de levantarse algo nerviosa, aproveché de tocar su hombro levemente.
Claro que no, y sonreí. Ella sonrió todavía más. Te tengo, pensé así que di el siguiente golpe enseguida.
Lo que si te pediría es que me dejes mirar… por tu ventana (la pausa la hizo erizar imperceptiblemente) el atardecer está precioso y me gustaría tomar algunas fotos.
Fue una oferta que no pudo rechazar.
Tomé la cámara y me senté junto a ella dispuesto a darle suficiente charla para ponerla cómoda y seguir avanzando en lo que ambos deseábamos, mientras alistaba mi cámara ella me ayudó.
¿Eres fotógrafo?
Peor que eso, contesté. Soy poeta. Ella sonrió, aunque sus ojos me miraron con tristeza.
¿Y te va bien como poeta?.
Aguas pantanosas, definitivamente eran aguas pantanosas. Cuando una mujer empieza a cuestionar tu capacidad financiera estás en problemas. Tenía que sacarla de ahí lo mas rápido posible.
No me quejo, me dieron un premio en efectivo en Europa el año pasado, lo invertí en fondos mutuos, las ganancias me dan para pasear por Sudamérica.
La respuesta la dejó sin palabras, la mentira penetró con facilidad en su mente material, vamos bien, pensé, vamos muy bien.
La azafata anunció la cena, el momento ideal para seguir sentado junto a ella y seguir ganando en confianza. Luego de repasar miles de veces este momento he llegado a convencerme de que fue esa la mejor oportunidad que tuvo ella para echarme a volar a mi asiento.
Pero no lo hizo, ni siquiera tuvo aspavientos cuando la azafata notó nuestro cambio de lugares a la hora de servir nuestros pedidos, que fueron tomados en Lima al comprar los boletos.
Durante la cena la charla transcurrió tranquila, era como un paréntesis en el juego, como un cese al fuego. Por cierto la película de Bruce Willis ya había terminado y ahora pasaban de nuevo una deliciosa pieza musical, nuestra charla derivó en los gustos musicales y quedé gratamente sorprendido al saber que igual que a mí ella era una amante del jazz y el swing. La azafata se llevó los restos de comida y nosotros obedientemente devolvimos las bandejas a su lugar.
Tomé un par de fotos al sol agónico que daba sus últimos suspiros al día.
Las fotos son para inspirarme en un nuevo libro que estoy escribiendo, expliqué con soltura sin que me preguntara.
Que lastima, el sol ya se escondió, te quedaste sin inspiración. Dijo en tono burlón.
También me inspiran otras cosas, revelé dispuesto a echar toda la caballería encima.
Ah sí, ¿cómo que cosas por ejemplo?.
Como la noche estrellada
o la brisa suave del mar,
el cuerpo de una mujer hermosa
o su voz angelical
Recité como cualquier chapucero.
Pude hacerlo mejor, de hecho debí hacerlo, pero cuando la sangre se concentra entre las piernas es muy difícil pensar con claridad.
¿Estás tratando de seducirme?.
La pregunta fue en voz baja y cerca de mi oído. Pude ver sus senos, como dos bolas de billar firmes y duros esperando juntos el tacazo de la carambola, no eran de silicona eso podía intuirlo, su elegante perfume embriagaba mis deseos, estábamos en el momento decisivo debía tener valor, que ya estábamos cerca. En la tenue iluminación que aún conservaba el ambiente la miré a los ojos y seguro de mí le dije:
Me encantaría seducirte.
¿Tienes idea de la edad que tengo?. Se defendió.
Ya estaba, la parte más difícil y terrible había terminado, las cartas estaban echadas y solo había que mantener las cosas hasta vencer la última resistencia. Todo juego de seducción tiene esta trama perfectamente delineada por los dioses, quien logre llevar adelante su papel con prolijidad podrá hacerse con la dama, siempre que le acompañen la oportunidad y la ocasión.
La tensión estaba de su lado ahora que respondí a su pregunta y la objeción de la edad era un débil intento de reproche, tan fácil de doblegar que me daba lástima, ahora la gran dama no era más que una chiquilla nerviosa llena de tensión sexual. Decidí ayudarla a relajarse co el recurso del buen humor.
Yo diría que tienes menos de cien años.
Respondió a mi sonrisa con dulzura, al fin se sintió aliviada y suspiró para llenar de aire los pulmones. Eso es pensé, respira mi fierecilla herida, ya no podrás huir y prometo ser bueno.
Podría ser tu madre, dijo al fin como si fuera una respuesta definitiva.
¿Por qué las mujeres maduras siempre me dicen eso?
¿Has estado con muchas mujeres mayores?
Con menos de …
¡Cien!, completó ella con una sonrisa cómplice.
Aproveché de cerrar sus labios con un beso intenso, en el momento menos esperado sintió el roce de mis labios en los suyos, un débil quejido se ahogó en su garganta, su boca no le pertenecía y su lengua sabia se aplicó dócilmente dentro de mi boca. Su mente se perdió en aquel beso, ella sabía que resultaba más incómodo abrir los ojos y terminar la unión de nuestras bocas para dar paso a las explicaciones que seguir hundiéndonos en aquel océano de placer que nos ofrecía la complicidad de la noche oscura.
La razón de los amantes al buscar la oscuridad. Por eso los besos no se miran, son interminables sondeo de gente que no quiere ver. Al menos no por ahora.
Esto no está bien, dijo apartando mi mano de su cadera mientras se sentaba sobre sus rodillas mirándome hacia abajo, como una diosa de greda lista para salir del torno y preparada para ser adorada.
Pude sentir el calor que la excitación le había producido, su rostro sonrojado por el pudor y el deseo la convertían en un ser aún más deseable. Solo pude contemplar extasiado aquella divinidad.
Somos dos extraños, no sabemos nada el uno de otro.
Y eso no cambiará, dije con firmeza. Solo somos dos extraños que se vieron una vez, mañana cada uno continuará con los afanes propios de sus vidas, no nos conocemos, pero de esta noche ¿qué nos quedará?, podemos guardar de ella un recuerdo hermoso. No sabemos ni nuestros nombres.
Y así será mejor, dijo ella. Pero si lo vamos hacer hagámoslo bien.
Ella corrió la cortina del pasillo dejándonos en total intimidad. Sólo la luz de la última película de la noche alumbró su tronco mientras se despojaba con pereza de la polera, su corpiño cedió al suave toque de sus dedos, dando paso a sus pechos espléndidos, firmes como los de una doncella pero dignos como los de una dama. ¡Cómo bebí de aquellos senos deliciosos, perfumados por el deseo y la pasión la lujuria no alcanza para describir lo que allí vivimos y de cómo nuestros cuerpos se unieron para siempre en la fugacidad de una noche. Pasaron las horas en aquel desenfreno de amor furtivo, de deseo consumado. El día nos encontró abrazados sobre los asientos convertidos en cama para dos. Pude contemplarla en total desnudez y sin pudores sus ojos abiertos, su piel madura, tersa y bronceada.
La ilusión duró tan poco que odié mi cuerpo material, tan propenso al descanso, tan poco eterno como mi espíritu, caí exánime junto a aquella amante deliciosa y me hundí en el sueño profundo del guerrero victorioso.
Un par de horas después el altoparlante me devolvía a la realidad, la azafata que anunciaba el desayuno. Me encontré solo y cubierto por mi manta en mi sillón cama, perfectamente acostado.
¿Fue todo un dulce sueño?, era mi mente errabunda que no lo sabía, pero mi cuerpo desnudo sabía de caricias, mordiscos y besos de reciente data.
Mi ser gritó de alegría por un nuevo día, con una sonrisa que dos almas extrañas compartirían durante mucho tiempo.
Era evidente que mi compañera de viaje se había bajado en Mancora y yo estaba a punto de llegar a mi destino final. Desayuné de buen agrado, organizando mi mente para un nuevo día en la ciudad fronteriza de Tumbes.
Aún no había reclamado mi mochila en la sección de equipajes cuando un rostro conocido me hacía señas, saludamos a la distancia, antes de tenerla a mi alcance. Luego de los consabidos abrazos y besos mi novia me dio la noticia. Su tía más querida también estaría en nuestra boda, es la que le diseñó el vestido y además nos invitaba a su hotel a pasar la luna de miel en Mancora.
Te va a encantar mi tía, es artista igual que tu, pero en diseño de modas.