La conocí en el hospital, donde llegué por un ataque. Demasiado joven para ser doctora, pero entre la vida y la muerte te aferras al primer delantal blanco que ves. Leyó mi historia clínica y controló el líquido que entraba por mi brazo, después perdí la conciencia.
Soñé que era un ángel impidiéndome la entrada al cielo, quise odiarla pero no pude. El pito de un monitor me despertó horas mas tarde, marcando mis latidos cardíacos, anunciando al mundo con soberbia que había fallado otra vez. La esperé toda la noche, pero no regresó.
La once y el desayuno sabe a papel. Pero sigue mi boca tragando, tal vez así no me envíen a psiquiatría.
Entonces llegó.
El monitor no lo registró pero mi corazón se detuvo por un instante.
Residente de psiquiatría, el gafete no mentía. Era como el delincuente que se enamora de la mujer policía.
Según mi reporte es tu tercer intento.
No siempre la tercera es la vencida.
¿Has dormido bien?.
No, te estuve esperando toda la noche.
No sonrió, acostumbrada a las incoherencias.
Tres semanas después obtuve su número telefónico, tres días mas tarde me animé a llamar.
No sé lo que le dije ni como se lo dije, pero a las tres y doce minutos llegó al café acordado. Con 500g de esperanza directo a la vena.