Sergio era de esos que no podían dejar el vaso a medio tomar, apenas le
daban su trago lo mantenía en la mano izquierda hasta terminar hasta la
última gota, todos lo recuerdan en la esquina de la barra contando de
cuando fue jefe de seguridad del gobierno y mataba comunistas como
moscas.
No era mal tipo a pesar de su lengua imprudente, quizá su
aspecto desvalido y el rostro de caricatura ayudaban a que nadie le
tomase en serio, el clásico borrachin de boliche, siempre dispuesto a
bailar por unas monedas, a veces tristón, a veces odioso pero casi
siempre patético.
Cuentan que en realidad fue un maestro, allá en la otra vida.
Si
porque el checho es estudiado aunque nadie se lo crea, cuarenta años
vivió en una decente pensión en calle Catedral mientras hacía clases de
matemáticas en el liceo. Pensar que ahora duerme entre cartones cuando
no lo obligan a irse a los albergues. Pero el Sergio era otra persona
hasta que agarró el vicio ya de viejo.
Fue una tarde de marzo,
los árboles ya estaban desnudos y las hojas secas eran la única música
que acompañaba al solterón a su pieza de pensión, a cada paso un crujido
triste como el día.
No era cosa fácil ser maestro en aquellos
tiempos y menos si en un descuido se rompe un jarrón en la oficina del
director, reliquia deportiva o algo así, será descontada de su sueldo
Martinez y más cuidado para la próxima.
Se acostó sobre la colcha
y prendió la lamparita de noche para leer un rato, había que hacerlo
discretamente, era un libro peligroso y las precausiones no sobraban,
entonces le vino el acceso de hipo. Al principio fue despacio, luego se
tornó molesto. Miró su reloj de pulsera para medir el tiempo de lectura
pero no pudo concentrarse en aquel capítulo, el hipo se hacia
insoportable.
Probó a contener la respiración, bebió varios
sorbos de agua y consultó su reloj, más de veinte minutos de hipo y el
ataque no se contenía, creyó recordar que hubo alguien que vivió muchos
años con hipo, se asustó, ya era tarde y no tenía a quien recurrir, se
aplicó mentón en el pecho para que los vapores le permitieran detener el
movimiento involuntario, la garganta le dolía, ya eran mas de cuarenta
minutos de insoportable hipo.
Trató de no darle importancia y se
acostó pero no podía dormir así. De pronto recordó el obsequio que le
dieron por los años de servicio y aunque jamás le dio importancia esta
vez abrió la botella de Jhonny Walker, se sirvió solo un chorrito en un
vaso y lo bebió de un sorbo. Pasado el estremecimiento, el hipo
desapareció dando paso a una calidez en todo el cuerpo, se sintió de
mucho mejor ánimo y dormió con placidez.
- Sal de aquí, viejo borrachin. El joven abogado no reconoció a su antiguo maestro.
- Nooo, joven yo no soy borracho.
La dignidad en aquel viejo daba pena.
- Yo solo tomo para evitar el hipo.