Expulsó el humo hacia arriba mientras observaba a los dos sujetos: un viejo sin fuerzas para trabajar y un muchachito con cara de crío, los rasgos confirmaban el parentesco. Según sus documentos no servían mas que como obreros no calificados, salario mínimo, sin prestaciones. Tenía demasiados de estos extranjeros sin vida y aunque siempre contrataba personalmente a todos sus empleados, la práctica dejaba de ser eficiente, estaba por despachar a ambos cuando miró a los ojos del chico, claramente lo estaban pasando mal, los rostros anémicos revelaban historias de dolor y miseria, desplazados en un país que ya no los quiere.
Selló un par de pases y los envió al sector 7G. Tuvo que llamar a su secretaria para desembarazarse de aquellos dos que no paraban de besar sus manos. Antes de subir al helipuerto se lavó las manos a conciencia.
“Malditos humanos”, murmuró la máquina de cien millones de dólares.
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