Un grupo de niños jugaba en una esquina. Uno de ellos intentaba
arrastrar a la vereda una paloma muerta con su espadita de plástico
comprada en la feria por cien pesos. Se imaginó cuanto tardarían las
bacterias de esa paloma en llegar hasta las manos del niño. No era
difícil suponer que los microorganismos podían ingresar en su propio
torrente sanguíneo. Ese niño podía ir perfectamente a la escuela de su
pequeña sobrina y en cualquier arrebato de alegría mientras la pequeña
intentaba un abrazo emocionado transmitirle las enfermedades a su pierna
con sus manitos cochinas.
Los niños, son los peores agentes
contaminantes, peores que esa paloma muerta, las palomas: los ratones de
los cielos, son incluso mas inofensivos que los niños que contaminan el
silencio con sus gritos y sus pequeñas sobrinas si que eran focos
infecciosos, sobre todo la pequeña que se negaba a usar ninguna clase de
zapatos y vestía una polerita, permanentemente manchada.
Por eso evitaba tocarles.
Antes
de doblar la esquina notó un perro que le acompañaba detrás de una
reja, pudo notar una serie de manchas sobre su piel, en las zonas
carentes de pelaje las huellas de una infección. No pudo evitar contener
la respiración mientras se alejaba de aquella casa, de aquella reja
contenedora del perro enfermo. El mejor amigo del hombre, pensó.
Lo
último que llamó su atención antes de abrir su puerta fue el ordinario
cartel de la tienducha de la pobla. Toallas higiénicas 2x500 decía. El
precio le pareció excesivo y concluyó que se trataba de vender 2
paquetes por 500, la alusión a las toallas higiénicas le hizo pensar en
las mujeres.
Otra fuente de infecciones, aunque hay que reconocer que resultan verdaderamente placenteras.
Metió la mano en el bolsillo mientras cruzaba la calle y antes de tocar la puerta sacó un pañuelo y abrió.
Esta ciudad es una mugre, dijo mientras limpiaba el cuchillo ensangrentado que colgaba de su mano.