El Blog de Juan Cuevas: La vendedora de almas

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11 de marzo de 2014

La vendedora de almas

Clarisa movía las regordetas manos con milagrosa destreza, era increíble que una mujer tan fofa fuera capaz de producir miniaturas en mazapán con tan delicada estructura.

Uno tras otro los animalitos multicolores tomaban forma en aquel escondido taller de Galería Central. 

En su estrecha vitrina se agolpaban sin orden ni concierto como invitados no convocados al arca de Noé más pequeño del mundo.

Tenía años en el oficio y seguían acumulándose para juntar polvo, muy de vez en cuando algún transeúnte le compraba uno por mil pesos, solo por lástima.

No es buen negocio colocar una tienda de artesanías infantiles en una galería atestada de café con piernas, sex shops y pequeños cines porno.

Pero Clarisa heredó el local de su madre y jamás quiso darle otra utilidad ni alquilarlo, aunque en más de una noche se haya tenido que ir a la cama con una taza de agua caliente en la voluminosa panza y la almohada se le mojara con las lágrimas del fracaso.

Ella era la que compraba cuanta chuchería le ofrecían. Imaginaba historias del novio que vive con ella y que no demora en llegar, un poco como protección pero también como patética ilusión.

 Nunca se casó porque el único novio real que tuvo la abandonó al descubrir que era estéril.

Todas las mañanas se miraba al espejo y su mente repetía una sola frase: "Eres estéril, nadie te quiere".


Por eso a la vendedora de almas se le hizo fácil el negocio.

Llegó con el verano vestida de negro, vieja y encorvada como enano de feria, se presentó ante el local y mirando las miniaturas le dijo que eran bonitas, pero les faltaban alma. 

La miró a los ojos y le dijo: “yo podría venderte las almas, así sin alma no te las van a comprar”. Luego le extendió su tarjeta personal.

Rebeca Toro
Vendedora de Almas

Sin teléfonos ni dirección. Clarisa tenía claro que se trataba de un engaño, pero quiso participar en el juego solo por ver que pasaba.

-Solo puedo venderte almas para las figuras humanas, almas de animalitos no tengo.

Clarisa explicó que ella vendía las figuras a mil pesos que su ganancia no era muy alta como para invertir en otro... ingrediente.

-Te regalo un alma para esta figurita, si la vendes a buen precio me pagas la mitad, no pierdes nada.

La chaladura parecía no detenerse y Clarisa preguntó con sorna:

-¿Y me puede dejar ver el alma?, ¿las tiene aquí o las tiene que ir a buscar?.

-Está dentro del frasco que contiene este paquete, pero debes conservarlo fuera de la vista de la gente, ya podrás abrirlo después de hacer la venta.

Clarisa guardó el pequeño paquete de papel de empaque atado con un cordel barato. “Algún embuste de gitana”, fue lo único que pensó. 

Cuando la anciana se marchó llamó al guardia de la galería y le pidió que se quedara en su local toda la tarde por si la anciana regresaba, estaba a punto de contarle la experiencia cuando una pareja de turistas entró.

-¡Qué figura tan maravillosa!, ¿la hizo usted?. Clarisa no podía creerlo, la figura que tenía años sin que nadie se fijara en ella ahora era admirada como obra de arte, los turistas se la llevaron e insistieron en pagar 300 dólares por ella.

Todo un récord para la figura con su recién incorporada alma.

Al día siguiente la anciana llegó a cobrar, Clarisa le dio 150 dólares como buena chica porque le pareció lo más correcto, además no quería engañar a la anciana, le seguía teniendo algo de temor.

Repitieron el trato y Clarisa guardó un segundo paquete al fondo del local.

No tardaron en llegar dos nuevos clientes, entraron casi al mismo tiempo y ambos se interesaron sólo en la pieza con alma, luego de varias ofertas de lado y lado la pieza se fue por el equivalente a 600 dólares. 

Clarisa ofreció al perdedor una nueva pieza de igual calidad para el día siguiente.

Al cabo de un mes eran más de 30 los paquetes almacenados al fondo del local.

Clarisa era una mujer adinerada como nunca soñó, pero seguía preocupada por el contenido de los paquetes. 

Al tacto y tras sacudirlos un poco parecían frascos de vidrio con algún líquido, muchas veces pensó en abrir alguno, pero el pánico le podía. Ya ni barría en el fondo del local, por el temor que le producían aquellos frascos.

A la quinta semana la vieja llegó como siempre a cobrar su mitad de las ganancias y en tono severo le dio la mala noticia: 
-Ya no me quedan almitas para vender, me vas a tener que ayudar a conseguir algunas.

Clarisa no entendió y la vieja tuvo que ir ella misma al fondo del local y sacar uno de los paquetes.

La asustada artesana abría tanto los ojos que parecía que en cualquier momento se le caerían al suelo, poco a poco los arrugados dedos zafaron los nudos de cordel barato y desplegaron el papel de empaque dejando al descubierto un frasco de tamaño mediano en todo su esplendor. 

La vieja alzó el frasco a la altura de los ojos de Clarisa y quien pudo distinguir el macabro contenido. Aún en posición fetal el impedido ser flotaba en un líquido amarillento.

-Con tanto café con piernas, seguro que más de alguna chiquilla necesitará que le hagamos el trabajo- Comentó la vendedora de almas.

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