El Blog de Juan Cuevas: El retoño

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9 de marzo de 2014

El retoño

Bienaventurado el lector distraído
pues podrá desvariar una historia mejor que esta.

El tren continuaba su monótono avanzar y Oscar mantenía fija la mirada en ninguna parte, dos amables señoras trataron de hacer conversación en diferentes momentos del viaje pero el las miró con desdén y las ofendidas damas no volvieron a molestarlo.



No traía equipaje y su ropa parecía sacada de un museo de la gran depresión americana, un viejo pantalón café de lana, botines del mismo tono, camisa blanca de franela y chaqueta igual al pantalón. Completaba el cuadro de huérfano una gorrita muy gastada, que no lograba ocultar un hermoso cabello castaño claro demasiado largo para la moda actual.

Apenas llegó a la Estación Central de Santiago caminó con seguridad hacia la calle, la noche empezaba a caer con lentitud.

Llegó al edificio de departamentos y comprobó el número que tenía anotado en un papel amarillento, llamó a la puerta y esperó, por primera vez en 24 horas el corazón le latió con fuerza, metió una mano en el bolsillo y sostuvo una bola de cristal, de esos adornos que en su interior contienen una casita de campo y al agitarlo parece que estuviera nevando.

La puerta se abrió y el hombre no alcanzó a sorprenderse con la visita, la bola de cristal le cayó en la cabeza como un rayo y perdió el sentido.

Los acordes de una vieja canción de Piero despertaron al dueño de casa, un hombrón de cien kilos que fue derribado por un muchachito de menos de veinte años, la cabeza aún le latía por efecto del golpe, se vio sentado en el centro del dormitorio principal, intentó levantarse pero no pudo, estaba firmemente amarrado a una silla y las patas de esta a su vez unidas firmemente a los barrotes de la cama.

Frente a el vio a Oscar, el hijo de su primer matrimonio a quien abandonó siendo un niño, en el suelo la bola de cristal que le regaló en la última navidad, la música venía de la sala “Es un buen tipo mi viejo...”.

- La mamá murió hace un mes y tu ni siquiera llamaste.

Los ojos del padre se nublaron por la turbación, trató de decir algo pero un sonido ahogado apenas salió de la garganta seca. El chico sostenía un cuchillo de carnicero en la mano izquierda. "Me va a matar", fue lo que pensó, me va a matar por abandonarlo.

Trató de pensar un poco, tenía que ganar tiempo, su mujer y las niñas no tardarían en volver, tenía que prevenirlas, tenía que evitar una tragedia.

De pronto lo recordó, ellas no tenían llave, al llegar tocarían la puerta, por eso abrió sin problemas porque pensó que era su mujer con las niñas, tenía que gritar para pedir ayuda, pero la banda que cubría su boca se lo impedía, este chiquillo venido del campo sería capaz de matarlo a el y a toda su familia, estaba completamente desquiciado y podía leerlo en sus ojos.

- No te voy a matar. Le dijo casi con serenidad, tu mereces vivir para que puedas luchar con tu conciencia, esa conciencia que no te impidió abandonar a tu hijo y a tu joven esposa, ¿sabes lo que tuvo que sufrir para sacarme adelante sin un padre?. Y murió miserablemente sin ver sus sueños cumplidos, todo por tu culpa, esta noche Oscar padre, aprenderás a vivir con un peso en la conciencia.

Tomó el cuchillo y se hizo un fino corte en la muñeca derecha, un chorro de sangre empezó a brotar mientras levantaba el brazo, como si estuviera regando las plantas con una manguera, el pobre hombre empezó a llorar mientras abundantes gotas de sangre le caían encima.

- Sangre de tu sangre.
- Sufrirás mi muerte porque no sentiste mi vida.

La música seguía sonando, cada vez mas lejana.

El joven cayó al piso abatido, mientras se le escapaba la vida unos pasitos alegres subían por la escalera para abrazar a papá.

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