El Blog de Juan Cuevas: El departamento

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7 de marzo de 2014

El departamento

Les juro que no pude contenerme, la dulce y cruel mirada de la chica me sacó de mis casillas Por eso decidí golpear su cabeza con el primer florero que pude tomar de la repisa. Al menos de esa forma no vería esa sonrisa falsa de embaucadora. Su cuerpo cayó con suavidad sobre la alfombra, incluso con gracia, solo entonces me vino el apremio, el descontrol, ¿y quién es? se preguntaran los vecinos. Yo seria incapaz de responder sin ver seriamente afectada mi reputacion.



Seguro solo estaba desmayada, de su frente y junto a la ceja izquierda se le hizo un chichón, tenía muy poco tiempo, a esa hora de la mañana ya tendría que estar en el autobús rumbo al trabajo, por eso y como demoraba en despertar la llevé hasta mi pieza, la acomodé en mi cama con mucho esfuerzo y solo por precausión le amarré los tobillos y las muñecas a los largueros de la cama, luego cubrí su boca con un esparadrapo y salí corriendo para el trabajo.

Ese día no pude concentrarme, incluso llamé por teléfono a mi departamento, como si alguien pudiera contestar, como la biblioteca de la universidad cierra dos horas para almorzar aproveché para volver a ver a mi prisionera, les juro que con la firme intención de darle mas dinero y dejarla ir.

Pero no pude, apenas llegué la vi despierta, con una mirada fúrica como tratando de matarme ahi mismo, admito que tuve miedo verla asi, despaturrada sobre la cama y con la marca de un golpe en el rostro, tratando inutilmente de safarse, aquello me dio la confianza para llegar hasta ella y sacarle el esparadrapo, la andana de gritos y maldiciones fue tal que se la cubri nuevamente. La cosa se ponía mas compleja a cada minuto, hasta pensé en matarla, debo admitir que la idea cruzó por mi mente durante un instante, fue cuando entendí que había excedido los límites de la ecuanimidad y la cordura.

Pero ya no podía liberarla, al menos no de momento. Tenía que hacerla razonar primero y lograr que no me acusara publicamente.

Siempre cultivé un perfil bajo, desde pequeño. En la escuela fui el que poco destacaba, el que pasaba de curso con lo justo para no ser tachado de flojo ni ser adulado por mateo. Ya en la universidad estudié administración pública con el único objetivo de hacerme con un cargo de mediana importancia en el entramado burocrático y asi terminé como bibliotecario de universidad pública desde hace 22 años, he tenido una vida tranquila, sobre todo discreta. Pero ahora a mis 45 años de edad me veo enfrentado a una situación que amenaza con destruirme la vida y todo por romper mi delicada rutina.

Soy como esos ecosistemas delicados que se alteran ante cualquier contrariedad, amenazando con destruir mi existencia.

Y todo por un ligero cambio de hábitos, una torpeza mejor dicho.

El primer jueves de cada mes acudo sin falta a la casa de Doña Irene, una discreta sala de entretenimiento para adultos, pago mi ficha y voy derecho a la pieza con una de las dos chicas que llevan tiempo alli y saben el tipo de servicio que me agrada, nada fuera de lo normal, que para excesos ya no está el cuerpo. Sin embargo esa noche de camino al establecimiento mencionado reparé en una divina criatura, que hacía la calle en la soledad del invierno.

Se que fue mi error, no debí llevarla a mi departamento pero las ya mayores damas de la casa de Doña Irene no lograban desde hacía meses satisfacer mis impulsos primarios. Y aunque suene hipócrita decirlo ahora, me conmovió su desolación.

La chica que ahora tengo confiscada de la vida alegre tampoco es inocente, se burló sin medida de mis cualidades amatorias, se quedó hasta el día siguiente so pretexto de armar un escándalo y estoy seguro que intentaba robarme.

Pero nada me justifica, eso lo sé y por ello debo darle solución a este conflicto, mientras pienso que hacer con ella le he dado todas las comodidades que me han sido posibles. Le traigo los alimentos que me pide, incluso los que atentan contra su salud, he comprado todas las películas que ha querido ver, incluso contra mis principios tuve que comprar los estrenos que venden en la calle para que no tuviera queja.

Con toda discreción me he puesto a investigar sobre el sindrome de Estocolmo, que indica que quien lo padece puede llegar a sentir un lazo emocional muy fuerte por su captor, de momento esa es mi única apuesta porque la otra opción es impensable.

Fue así que llegamos al primer mes de esta nueva situación, lo sé porque nuevamente es el primer jueves del mes y le he explicado a mi invitada forzada que debía marchar al local de Doña Irene, esta vez fui sin desviar mi ruta y confieso que tampoco la actividad me satisfizo. Decidí volver corriendo al departamento para ver como estaba mi invitada. Ya no da gritos estertóneos y me supongo que estaremos ambos acostumbrándonos a la nueva situación.